Se le atribuye a Nicolás Maquiavelo haber divorciado la política de la moral. Algo así como que en la política todo vale, hasta la inmoralidad, la corrupción, el abuso de autoridad, la violación de los derechos a la libre expresión y todo lo que a usted se le ocurra.
Pero Maquiavelo no dijo eso sino que hacía una distinción entre la moral privada y la ética pública también llamada “de la responsabilidad” (o de los medios), muy desarrollada por el sociólogo Max Weber.
Igualmente, al florentino del Siglo XVI la práctica y las interpretaciones posteriores le atribuyeron ser el autor de ese concepto que se instaló para siempre en la praxis política.
Si uno repasa las noticias políticas que publican los medios de comunicación, se podría encontrar que casi todas ellas se centralizan en casos de corrupción o cerca del delito. Sin embargo, en este país se sigue sosteniendo que en política todo vale y que los votantes no le dan bolilla a los casos de corrupción, sean condenados, en proceso o denuncias penales en curso, y se afirma también que la gente solo atiende la eficacia potencial o la que imagina de tal o cual candidato.
Tanto es así que se ha llegado a decir que “la corrupción no es una variable que intervenga en el análisis político”, como si la moral no fuese parte de la integralidad moral del votante. En fin, una falacia absoluta impuesta por ciertas corrientes algo trasnochadas del estudio de la política.
De esa manera, y atendiendo ese concepto extraño de la nueva politología, la llamada “causa de los cuadernos”, la de “la criptomoneda”, o la de las transferencias en dólares de “narcos” a políticos, son cosas que no debieran interesar o no importarían a la hora de emitir el voto. ¿No es este divorcio entre la moral de la política la causa central del fracaso argentino?
Filosóficamente, el ser humano y la vida misma es sobre todas las cosas un fenómeno moral. La vida, insisto, no se explica ni desde la Biología, ni desde la Antropología, ni nada parecido. Solo se explica desde la moral porque, como decía un escritor, “siempre nos estamos preguntando (al final de cada día o de la vida misma) si hicimos bien o mal”.
Frankenstein, la moral y la política
La maravillosa novela “Frankenstein”, de Mary Shelley, es un ejemplo de este concepto. El sueño del científico, Víctor Frankenstein, es suponer que podía crear vida estableciendo una coordinación más o menos perfecta entre órganos sin ver que la vida estaba más allá de ese experimento biológico. Pero se encontró con que su criatura era mucho más que ese armado corporal de restos humanos. Que había algo que superaba todo eso y que el ser creado sufría la soledad, el abandono, la falta de afecto y todo lo que tenía que ver de algún modo con su corazón, las emociones y los valores.
La moral de esa criatura comienza a prevalecer sobre ese concepto “positivista”, materialista o empírico de la vida. Surge entonces un mundo simbólico y quizás “divino” (extraterrenal) en sus aspiraciones y en su existencia que su creador, por su formación “positivista” (era el perfil de la ciencia por aquello años), creyó equivocadamente que podría crear un ser humano uniendo funcionalmente los restos humanos de cadáveres.

Entonces, ¿suponer que la gente no vota con la moral sino atendiendo solamente la eficacia no se parece demasiado a esta idea de la vida que tenía el doctor Frankenstein? ¿Cómo se hace para excluir la moral de nuestras preferencias por tal o cual candidato o para evaluar un gobierno? Es una pregunta política, pero también filosófica. Mediante qué mecanismo la gente se despoja de los hechos de corrupción enumerados más arriba a la hora de concurrir a las urnas ¿Es que la criatura de Frankenstein se queja ante su creador porque le “pegó” mal un brazo o porque lo trajo al mundo para destratarlo y abandonarlo? Su criatura le reprocha no una falla técnica sino moral. Esto quedó sumamente claro en la novela.
No hay caso, por más que nos intenten convencer que las causas penales enunciadas como la de la “criptomoneda”, de la “narcopolítica”, la de las coimas en ANDIS o la de “los cuadernos” son banalidades, lo importante (afortunadamente) sigue siendo la moral de nuestros representantes y la transparencia de sus actos.
La AFA y otras desprolijidades
En virtud de lo dicho, no parece exagerado afirmar que, dentro de la gestión de Claudio “Chiqui” Tapia, es infinitamente más relevante sus actos de dirigente autoritario y patrimonialista en la AFA que las copas internacionales ganadas durante su mandato.
Con Tapia se termina de consumar el camino iniciado por Grondona por imponer una modalidad deplorable en el uso y abuso de prerrogativas en el ejercicio de su poder. Aunque, y como reza el refrán, “la culpa no es del chancho sino quien le da de comer”, hubo dirigentes, salvo Juan Sebastián “La Brujita” Verón, entre algunos pocos, que no se callaron frente a los abusos de poder conocidos recientemente. Éste es un tema apropiado para evaluar si se puede hacer un juicio de la gestión de Tapia prescindiendo del factor moral.
Digamos también que el Presidente Javier Milei insinuó una lucha política por el manejo de la AFA y podría ir por ella, se dice, lo que implica que todo esto del pasillogate habría que contextualizarlo en una verdadera lucha política entre dos bandos. Milei, como aquel senador romano de la película “Gladiador” se habría dado cuenta que “el corazón de Roma (o de Argentina) no late en el Senado sino en las arenas del Coliseo (aquí puede ser el césped de una cancha de fútbol)”, e iría por la AFA para tener en sus manos la suma del poder público.
Pero como en todos los excesos, las partes beligerantes siempre se llevan a alguien puesto. Tapia, con su copa inventada lo expuso a un “ángel” como Di María, y la pareja del titular del club platense de algún modo lo habría expuesto a su cónyuge ante el más genio y santo del fútbol mundial, Lionel Messi. Se le atribuye un posteo complicado y ahora la pobre “Brujita” tendrá ver cómo tapar todo esto. Todo muy engorroso y desprolijo.
El fútbol ya es una metáfora nacional
Pero, vale la pena decir que el fútbol y su estructura en el país es una fiel metáfora de lo que ocurre en la política: una selección del primer mundo con clubes en la miseria, y todos ellos parte del clientelismo con el que se sostiene en el poder un conductor, por decirlo así, que ha sabido continuar con el mecanismo que ya venía de la misma manera y la estructura clientelar que prevalece en la política nacional y en todos los niveles del Estado.
Por debajo de esa monarquía solo está la servidumbre de clubes mediocres y sin socios, salvo dos “grandes”, divididos por una irreductible grieta atravesada por negocios y negociados llenos de suciedad y manejos financieros de la peor calaña. Todo ello, con el gobierno de una AFA absolutamente patrimonialista, obviamente antidemocrática e irritantemente venal. En medio de tanta mediocridad solo se salva Messi y diez más, emergentes cuya procedencia solo lo explica lo divino y no el proceso natural de una estructura. Es claro que todo esto elimina toda continuidad hasta que surja otro rosarino genial como este semidiós todopoderoso.
El fútbol es la mejor metáfora para comprender al país, esto es, algo macro, la selección, dando una imagen mentirosa de la generalidad que es todo pobreza, mediocridad y humillación clientelar. En fin, típico de los regímenes cuasi-fascistas que dejaron en el mundo pobreza y desigualdad escudándose en vocablos grandilocuentes como “patria”, “potencia” y “equilibrio fiscal”, mientras el resto de la sociedad -como los clubes- se la pasan mendigando al monarca de turno para permanecer en una supuesta “primera”, mientras se debaten en la carencia. Repito, es la misma estructura que se replica en la nación, en las provincias y en los municipios.
Otro día perdido
Mientras escribo esto miro de reojo “Otro día perdido” en donde Pergolini hace malabares con cuestionarios propios de su eterna adolescencia, para darle color a una entrevista con una desteñida “Rosalía” que no sabe lo que tiene o debe decir fuera de su guioncito.
En tanto, el conductor se empecina en hacer de su programa una especie de peña futbolera generando grietas entre “bosteros” y “gallinas”, con cosas que ya aburren demasiado. Pero bueno, la tele quedó encendida en ese canal y yo ya no tengo ganas de cambiar el programa. Seguramente a muchos argentinos les debe pasar lo mismo y ya se han podrido de probar infructuosamente con otras opciones. ¿Será por ello que siempre triunfan los mediocres e ignorantes? Por suerte tenemos a Messi para compensar tanta decadencia y para acariciarnos el alma con tanta genialidad, belleza y a la vez humildad. Por suerte.
El eterno retorno
Un datito más para completar esta maratoneada analítica. Y es que el responsable del PAMI de Chillar, Pablo Disalvo, pasó a ser el referente coordinador seccional de LLA. Desplazando de un plumazo a Alejandro Speroni, el coordinador provincial del partido, Sebastián Pareja, cambió algunos nombres pero volvió a olvidarse de Celeste Arouxet quien es la única de ese espacio que tiene fuerza propia. Es cierto que su grupo se parece más a un radicalismo disidente que a una suma de libertarios primerizos como los prefiere tanto Karina como Javier Milei, y como alguna vez también Cristina Kirchner se decidió por ese grupo etario y/o social para armar “La Cámpora”, la agrupación que hoy monopoliza al kirchnerismo. El perfil sería ese, el de amuchar advenedizos de la política, sin ninguna experiencia y que entren a la militancia como se lo hace como un empleo: con la misma estructura empresaria, siendo empleados y no militantes y dispuestos a recibir órdenes. Nihil nobi sub soli, dice un proverbio latino, “nada nuevo bajo el sol”, ya está todo inventado y en ese eterno retorno se juntan Milei y Cristina en sus perfiles y en un todo funcional.


